Que en Argentina no exista una manera para que dos especies coexistan en una región inmensa como la Patagonia y que el progreso de una de ellas signifique la ruina de la otra, dice mucho sobre otras grietas, al menos en nuestros modos de producción. Pero, a diferencia de lo que pasa en la política, hay científicos trabajando para cerrar la brecha. Nos referimos a la oveja y al guanaco, con defensores y detractores por igual. La conclusión es que sin un manejo responsable no hay pasto que alcance para que ambos puedan desarrollarse.
Giannina Massaccesi, del Centro de Referencia Viedma del ministerio de Desarrollo Social de la Nación, asevera que es posible. Massaccesi trabajó en la meseta de Somuncurá, la segunda reserva natural protegida más extensa del país, con 1,6 millones de hectáreas, en la estepa patagónica y compartida por el sur de la provincia de Río Negro y el norte de la provincia de Chubut. Esa zona vive un proceso de desertificación severa. En la visión de Massaccesi, el guanaco, un herbívoro presente en Sudamérica, ha sufrido una reducción de más del 90 % de su población en los últimos cien años. “La competencia con el ovino y la caza indiscriminada fueron factores determinantes. Por eso se incluyó en la Convención Internacional sobre el Tráfico de Especies Amenazadas, lo que permite el uso de la especie bajo regulaciones estrictas”, explica. En esa área se detectó un incremento sustancial de la población de guanacos y comenzó a desarrollarse un emprendimiento privado de esquila en silvestría de gran escala.
Claro que tras la esquila, los guanacos emigraban a campos bajos en busca de ambientes menos fríos. Eran de pequeños productores que ven en el guanaco un competidor que limita el crecimiento del ovino. Al sur de la localidad de Valcheta, el INTA, comenzó a trabajar. Fue después de la erupción del volcán Puyehue en 2011 y tras una sequía brutal que redujo las majadas ovinas en proporciones alarmantes junto al incremento de guanacos que pastoreaban esas tierras: se empezó a esquilarlos. “Se decidió hacerlo de manera sustentable y aprovechar la fibra de guanaco (nombre técnico que lo diferencia de la lana). ¿La intención? Agregar valor con el escardado, lavado, hilado, teñido y la confección de prendas artesanales.
Natalie Dudinszky, científica del Conicet, atribuye la desertificación al abuso por mal manejo del pastoreo. “Desde hace un siglo se usa un régimen de pastoreo continuo con altas cargas, más de lo que la productividad del pasto permite. Eso es muy problemático y más aún en el caso de un animal tan selectivo como la oveja que puede comer hasta muy cerca del ras del suelo”, señala.
La oveja elige qué pasto comer y opta por los más palatables (los de mayor calidad forrajera y ricos para ella), que sufren un consumo excesivo. “Los pastos poco palatables envejecen por falta de consumo y renovación y mueren. Esto provoca que desaparezca la cobertura vegetal y queda el suelo desnudo, lo que sumado a la escasez de agua y los fuertes vientos patagónicos favorecen la erosión y desencadena la desertificación. El 94% de los pastizales de la Patagonia sufren desertificación”, dice Dudinszky.
Receta pastoreos rotativos donde las ovejas estén en rebaños y vayan cambiando de potrero. “El error es el mal manejo y que no se planifique para que haya pasto tanto para ovejas como para guanacos”, advierte.
En Santa Cruz, Pablo Carmanchachi, otro investigador del Conicet, ha desarrollado una metodología de arreo y captura de guanacos con altos estándares de bienestar animal. También, un método para la extracción de fibra de guanaco de manera sustentable con énfasis en la conservación de la especie. Sostiene que la coexistencia es posible.
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